Cuando cae la noche by Cunningham Michael

Cuando cae la noche by Cunningham Michael

autor:Cunningham, Michael [Michael Cunningham]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788426419262
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2011-02-21T05:00:00+00:00


Peter se queda dormido y vuelve a despertar. Destellos de sueños se disipan: tiene una casa secreta en Munich (¿Munich?), un médico le ha dejado allí un recado. Luego despierta del todo, está en su habitación, Rebecca duerme a su lado.

Y a las doce y veintitrés minutos está total e irremediablemente despierto.

Intuye, como le ocurre a veces y debe de pasarle a todo el mundo, una presencia en la habitación, solo acierta a pensar que son sus fantasmas vivientes, la amalgama de sus sueños, su aliento, sus olores. No cree en fantasmas, pero sí en… algo. Algo viable, vivo a lo que sorprende cuando se despierta a esa hora, que no se alegra ni se entristece al verlo despierto pero repara en que lo han interrumpido en sus inexpresables meditaciones nocturnas.

Hora de tomarse un vodka y una pastilla para dormir.

Se levanta de la cama. Rebecca se mueve en sueños como si se encerrara sutil pero palpablemente en sí misma, un leve movimiento de los dedos, un cambio en la posición de su boca, indican a Peter que, aunque no se haya despertado, de algún modo sabe que está abandonando la cama.

Sale de la habitación. Aún no ha llegado al salón cuando lo ve: Dizzy está desnudo en la cocina, mirando por la ventana.

Dizzy se vuelve. Ha oído acercarse a Peter. Se queda de pie con los brazos en los costados y Peter piensa por un instante en el Hombre Visible, aquel modelo de plástico transparente con los órganos de colores que había construido a los diez años y que, a esa edad, le parecía tocado por la divinidad. Había tenido la impresión de que los ángeles debían de ser así, nada de túnicas y cabellos ondulantes; un ángel debía ser inmaculadamente transparente y debía plantarse ante ti como el Hombre Visible, igual que hace ahora Dizzy, ofreciéndose, no implorando ni apartándose, simplemente estando presente, desnudo y real.

—Hola —le saluda Dizzy en voz baja.

—Hola —responde Peter. Sigue acercándose. Dizzy está tan inmóvil e imperturbable como un modelo en una clase de dibujo.

Es un poco raro, ¿no? Peter sigue andando, ¿qué otra cosa va a hacer? Tiene la sensación (es imposible, pero quién sabe…) de que Dizzy le ha estado esperando.

Peter llega a la cocina. Dizzy está de pie en el centro, pero la cocina es lo bastante grande para que Peter lo rodee sin rozarlo y sin tener que hacer un gran esfuerzo para esquivarlo. Se sirve un vaso de agua del grifo porque algo tiene que hacer.

—¿Qué tal te encuentras? —pregunta Dizzy.

—Mejor. Gracias.

—¿No puedes dormir?

—No. ¿Tú tampoco?

—No.

—Tengo Klonopin en el baño. Francamente, soy un fan del vodka y el Klonopin en momentos como este. ¿Quieres uno? ¿Quiero decir, te apetecen las dos cosas?

¡Eh!, un momento, acaba de ofrecerle drogas a un adicto.

—¿Se lo vas a decir? —pregunta Dizzy.

—¿Decirle qué?

Dizzy no responde. Peter retrocede unos pasos dando sorbos de agua del grifo, y contempla a ese chico desnudo que parece estar de pie en su cocina: las venas que recorren perezosamente



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